Nueva exposición que nos llega del Photomuseum de Zarautz
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KIBERA
Con esta exposición los autores pretenden dar a conocer la realidad humana de Kibera, un arrabal de Nairobi donde la gente vive en condiciones míseras. Por medio de las imágenes, pretenden mostrar esa realidad y los esfuerzos de su gente por sobrevivir cada día, sacar adelante a sus familias y prepararles un futuro mejor.
Kibera: la realidad
Kibera es probablemente el mayor arrabal de África en el corazón de Nairobi. Está asentado sobre un estrato de basura en continua descomposición: restos de basura orgánica, vidrio, latas y desechos de aparatos electrónicos, que a veces entran en combustión espontánea y obliga a los habitantes a abandonar sus chabolas.
El hedor es irresistible; carecen de sistemas de saneamiento, de agua potable, de servicios sanitarios. Las aguas fecales van por zanjas abiertas (cuando existen) y las infecciones y enfermedades, consecuencia de la falta de higiene, causan una elevada mortalidad infantil.
A estas condiciones se suman el sida, la violencia sexual, el alcoholismo, la delincuencia. La enorme tasa de paro completa unas condiciones de vida extremas y reduce aún más la esperanza de salir de esta situación.
Los autores
Gonzalo Ocampos, Rafa Marrodán y Alfredo Messeguer son los miembros de COOPER PHOTOGRAPHERS, una agencia de prensa, información gráfica y comunicación.
Tras varios viajes a Kenya, fotografiando naturaleza, Rafa traba amistad con un guía, John Ngige que vive en Kibera, quien le cuenta su existencia allí y le introduce en el barrio. De esta visita, surge la necesidad de ayudar por medio de su trabajo como fotógrafos.
Decidieron editar, por su cuenta, un libro con fotografías en las que intentan trasmitir las condiciones en que viven los habitantes de Kibera y los esfuerzos que realizan para sacar a sus familias, día a día. Y dar especial testimonio del trabajo de la mujer, fundamento de esta sociedad, en esta lucha. Con el libro quieren involucrar a la gente que puede contribuir a mejorar sus condiciones de vida, implicando a empresas y particulares sin cuya colaboración, esta labor hubiera sido imposible.
Los beneficios de la venta del libro irán destinados a la reconstrucción y dotación de una escuela en el barrio que ayude a educar a los niños y les ofrezca la esperanza de romper el círculo vicioso en el que están
El libro se puede adquirir en el Photomuseum y a través de la página web: www.cooperphotographers.com
Teléfono de contacto:
Rafa Marrodan: 629.764.709
rme@euskalnet.net
KIBERA
No es nada fácil la vida en un barrio en el que basura y gente comparten espacio vital, en una batalla que, desgraciadamente, vence la primera.
Es una espiral interminable que comenzó hace décadas y continúa en nuestros días. Un largo éxodo hacia Nairobi, hacia una vida mejor, hacia el futuro que no encontraban en sus pequeños poblados y aldeas. Pero todo fue y sigue siendo un fraude. Éste es un país que atrae anualmente al turismo de lujo que, motivado por la visión de una vida salvaje y una naturaleza exuberante, deja unos beneficios básicos para este país, del que se aprovechan muy pocos.
En Kibera todas las cifras son de escándalo. Los más pesimistas afirman que esta mini nación supera ya el 1.000.000 de habitantes. El gobierno kenyano quita hierro y la reduce a 300.000, a veces, pues conocen bien los beneficios de la caridad internacional. Es un buen negocio ser pobre. Nuestra mala conciencia hace el resto y unos pocos se lucran de ello. Porque en Kibera lo malo se multiplica por infinito y cuando crees haberlo visto todo, el barrio te sorprende con otra desagradable sorpresa que reduce a la nada lo ya vivido.
Y no nos va a servir de nada creer que otro mundo es posible porque aquí, sencillamente, es necesario. Otro mundo que se base en la solidaridad y la justicia social.
¿Dónde queremos poner el límite a sus esperanzas, a su sufrimiento y a nuestro egoísmo?
¿Hasta cuándo nos durará esta especie de anestesia de los sentimientos que nos lleva a ignorar la desesperanza de los demás?
En este sentido, las nuevas generaciones se mueven desde las entrañas del monstruo, inmersas en un proceso de autoayuda que les saque de la desesperanza que les oprime y la miseria que les muerde con saña.
Muchos de ellos tienen una participación activa e imprescindible en la búsqueda del clavo ardiente al que aferrarse y a los que siempre agradeceremos su amistad y su dignidad. Ese clavo tiene nombre: dignidad.
Si ellos son capaces de obtener de la basura algo positivo, nosotros estamos obligados a mantener vivos nuestros sentidos ante el drama de nuestros semejantes, sin miedo al diferente y lo desconocido; porque, tal vez, no lo sean tanto.
Reciclar es la palabra de moda en los paraísos capitalistas; una necesidad derivada del consumo alocado en el que hemos convertido nuestra forma de vida. Una necesidad en Kibera, pero de otra magnitud. La que da la extrema necesidad de un barrio que acumula basura en cantidades inimaginables. Una necesidad que reinventa este concepto para reconvertirlo en una isla de esperanza, en un mar de abandono.
Desde bien temprano sus habitantes se afanan por obtener algo de valor que les mantenga en pie otro día más. Y no es tarea sencilla, ya que todo lo que les rodea incita al desánimo y a bajar los brazos y rendirse. Ellos no lo hacen y reinventan una trituradora de papel a partir de lo que en su día fue una bicicleta. Papel triturado que se recicla en infinidad de objetos útiles que venden a vecinos (Bricks para sus braseros) y turistas (figuritas de papel maché). Reinventando, al mismo tiempo, nuestro concepto de deporte y salud. Ellos queman calorías y pobreza con cada pedalada.
Conviene recordar que Kibera es de propiedad pública, por lo que toda implantación aquí es ilegal. En realidad, todo el barrio es ilegal, por lo que se pagan fuertes sumas de dinero para poder establecer aquí una de estas mini empresas a gente sin escrúpulos, conniventes con la policía local (rinos).
En un ambiente así, tiene aún más mérito este esfuerzo por sacar adelante sus pequeños negocios.
Siempre ha sido así bajo un cielo de chapa oxidada que abrasa de día y congela de noche. Ríos negros, enfermedades que campan a sus anchas (SIDA, malnutrición, alcoholismo, maltrato, violaciones…).
No es de extrañar que las mujeres quieran hijos pero no maridos. Como las que componen la Cooperativa Kibera Women for Peace, cuyos bordados dan vida a los viejos trozos de tela de vivos colores, recuperados de aquí y de allá.
Pamela, Limet y Mariam les dan una segunda oportunidad y consiguen con ello unos ingresos muy necesarios.
A Jenifer Muelu Kamau la rodean sus cerca de 250 niños y niñas, a los que protege y alimenta física y espiritualmente.
Ella y sus ayudantes; todas mujeres; ofrecen a estas criaturas su única comida del día y los únicos conocimientos que la mayor parte de ellos obtendrán en su vida. Los niños reciben sus clases en casi total oscuridad. Sólo unos leves rayos de luz que atraviesan las mil rendijas de las estancias, iluminan estos barracones que sueñan con ser escuelas.
Poca luz, poca comida, poco material de estudio y mucho coraje. Ellos aprenden rápido (no tienen mucho tiempo) y lo pagan con la mejor de sus sonrisas.
Sus padres no pueden ocuparse de ellos o son huérfanos y comienzan el día a las 5 de la mañana para llegar a sus trabajos, con contratos de 24 horas. Y empiezan los dilemas: tomar el matatu (autobusito colectivo) o comer ese día.
Pocos logran sacar a sus hijos del barrio para poder estudiar con una beca. El ex presidente Moi salió del barrio…nunca volvió.
En la Cooperativa Victorius, Denis Orero, Philip Okhuta, Fredryc Cyor, Charles Orrigo, Jackes Niamanga…son algunos de esos padres que se han rebelado contra esta situación y se han asociado para reciclar huesos de animales.
A partir de esta materia básica y con sencillas técnicas y herramientas rudimentarias; también recicladas; pulir, colorear y dar forma a estos huesos que, en sus manos, se vuelven arte siguiendo la vieja tradición Batik.
Pendientes, pulseras, figuritas, cucharas y todo tipo de objetos de arte salen de sus maltrechos dedos; en un ambiente durísimo, cargado del polvo que desprenden los huesos y un olor fétido indescriptible.
Ellas hacen pan, carbón y productos de primera necesidad que venden entre sus vecinos. Ellos realizan todo tipo de trabajos con metal, madera o cualquier otro material que tengan a mano. Ambos cortan y peinan las recias cabelleras de sus vecinos a cambio de unos pocos céntimos.
Algunos se empeñan en atraer a los más jóvenes hacia la parte “limpia” del barrio, enseñándoles a realizar malabarismos y a jugar con fuego –irónico‐ sacándoles de este modo, de otros fuegos más peligrosos que en el barrio prenden con extrema facilidad.
Pronto habrá elecciones y todos los políticos aparecerán por aquí por primera y única vez; prometerán el cielo en mangas de sus impolutas camisas blancas. Pasarán y esta raza de supervivientes continuará en el infierno.
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